TODOS LOS SANTOS

jueves, 22 de diciembre de 2011

SANTA FRANCISCA JAVIERA CABRINI


(+ 1917)

Los biógrafos de la Santa nos cuentan que solía jugar de niña en un arroyuelo haciendo barquitos de papel, en los que colocaba unas violetas. "¡A China!", les decía. Un día se cayó en el riachuelo y desde entonces tuvo un miedo muy grande al agua la mujer que en su vida recorrería diecinueve veces el Océano. En las violetas que viajaban en sus barquitos de papel alguien ha querido ver a las misioneras del Sagrado Corazón de Jesús que más tarde fundaría. ¡China! Al amor de la lumbre leían en el hogar, al caer la tarde, las vidas de los santos y los anales de la Propagación de la Fe. Los países de infieles la seducían.

Francisca Cabrini vino al mundo el 15 de julio de 1850. Fue la penúltima de once hermanos. En su casa conoció la virtud tradicional de unos honestos y sobrios trabajadores de la tierra. Nació en Italia, en Sant'Angelo Logidiano, pequeño pueblo de la feraz Lombardía. Su padre, Agustín, era un modesto propietario. Su madre, Stela Oldini, era modelo de madre tierna y hacendosa. La muerte irá llevando poco a poco a sus hermanitos. Vivirán únicamente Rosa, Juan Bautista y Francisca. Esta va creciendo débil y delicada. Su hermana Rosa, que le lleva quince años, ayudará a su madre en la educación de nuestra Santa. Rosa es severa; tiene un rígido sentido del deber. Quiso ser religiosa, mas las necesidades de la casa se lo impidieron. Pero en los planes divinos contribuiría a forjar una santa. De su madre heredó Francisca la ternura de Rosa, un sentido de responsabilidad extraordinario.

Francisca, a los ocho años, recibe el sacramento de la confirmación, que la hace auténtico soldado de Cristo. La firmeza y su espíritu sobrenatural caracterizaron toda su vida y toda su obra. Al año siguiente recibe la primera comunión. Débil, tímida, abstraída, cuando llegue la hora su timidez se cambiará en la franca libertad de la mujer fuerte. A los once años ofrece al Señor su virginidad. Renovará el holocausto a los diecinueve años, aunque a la sazón las circunstancias no fueran muy favorables para ser acogida en un Instituto religioso. Teniendo trece años oye hablar a un misionero y decide ser religiosa. Su hermana Rosa la humilla: "¡Tan pequeña, tan ignorante, y soñando con ser misionera!" A los dieciocho años consigue en la Escuela Normal de Lodi el título de maestra. Es de entendimiento despierto y tiene un afán enorme por conocer. Con la muerte de sus padres, ambos mueren en el espacio de once meses, cuando Francisca tenía veinte años, se cierra ese período de vida familiar tan rico en alegrías íntimas y de tan felices recuerdos. Su hermana Rosa acompañará a Juan Bautista cuando éste emigre a Argentina.

Para Francisca el Magisterio es un sacerdocio. Por consejo de su padre espiritual va a Vidardo, a suplir, para quince días se pensaba, a una maestra enferma, y permanece en este puesto durante dos años. Su labor en este pueblo es eminentemente apostólica y social. Por esta época un vómito de sangre le cierra las puertas de dos Institutos religiosos. Será una prueba providencial que alargará su permanencia en el mundo para lograr mayor experiencia de las personas y de las cosas.

El reverendo Serrati, párroco de Vidardo, es trasladado a la parroquia de Codoño. En este pueblo, de 8.000 habitantes, existe el Hospicio de la Providencia, muy necesitado de orden y de cuidado. El nuevo párroco de Codoño sabe muy bien que Francisca, a pesar de sus veintitrés años, es capaz de poner las cosas en su sitio, gobernando una institución en la que un grupo de mujeres mal avenidas hacían gala de piadosas y tenian una responsabilidad para la cual no estaban preparadas. Cabrini viene por obediencia. Es el 12 de agosto de 1874.

Cuatro años antes este grupo de mujeres se había constituído en Instituto religioso. Vistieron el hábito y emitieron los tres votos. Francisca Cabrini emite los votos en este Instituto el año 1877 y el 30 de agosto del mismo año es nombrada superiora del Hospicio de la Providencia.

Después vienen los enfados, las disensiones, las incomprensiones, los dramas íntimos. Las lágrimas que sorberá la Santa en silencio serán rocío que vivificará esta rosa que nace entre las espinas. Pequeñas y grandes perfidias, envidias, sarcasmos. La respuesta es: paciencia.

El señor obispo disuelve el Instituto. El vino nuevo se colocará en odres nuevos. El prelado llama a Cabrini: "Tienes deseos de hacerte misionera: no conozco ningún Instituto de misioneras: funda uno". Francisca Cabrini tiene treinta años cuando escucha estas palabras.

El 10 de noviembre de 1880 se firma en Codoño la compra de un edificio y a los cuatro días tiene lugar la consagración de Francisca Cabrini y de sus siete primeras hijas. Preside la imagen del Sagrado Corazón, como en todas las casas que erigirá el nuevo Instituto, que se llamará de Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús. El día 3 de diciembre, festividad de San Francisco Javier, lo celebran con gran fervor. Desde esta fecha Francisca se llamará Francisca Javier. También ella sueña con China

En 1881 obtiene la aprobación diocesana y en 1901 logrará la pontificia. El cardenal Vives y Tutó, prefecto de la Sagrada Congregación de Religiosos, afirmó en esta ocasion: Si en todo el período de mi prefectura solamente hubiera firmado este decreto, tendría bastante de qué gloriarme

El pensamiento de la Santa corre ahora hacia China, como aquellos barquitos de papel que llevaban violetas mecidas por la corriente del arroyuelo de su infancia.

El grano de mostaza empieza a expandirse. La madre Cabrini morirá a los sesenta y siete años, después de haber fundado personalmente 67 casas. En los comienzos figura la de Milán, residencia para las muchachas que emigran de los pueblos a la ciudad por razón de estudios. Con idéntico fin fundará otra en Roma poco después y más tarde en Génova.

El papa León XIII, que dió el sello al Instituto, le marcará también el camino. Cabrini buscaba China, los países salvajes. No quería para sus hijas la comodidad de la civilización, que entibiaría su espiritu. Pero...

Por aquel entonces regía la diócesis de Piacenza un santo y celoso prelado, monseñor Scalabrini. Hacía unos años que habia fundado una asociación de misioneros que tenia por finalidad asistir, principalmente en América, a millares de emigrados italianos que vivían en una deplorable situación moral y religiosa. Pero a todos ellos les faltaba la delicadeza y la ternura de una madre. Propuso la idea a Santa Francisca Javier. A la madre Cabrini no se le presentaba todavía esta labor en toda su grandeza. No por falta de celo ni de espíritu, sino porque no en balde habia acariciado la idea del Oriente durante treinta años.

León XIII conocía muy bien la triste situación de los emigrados italianos en ultramar. Hacía poco tiempo que habia lanzado un conmovedor grito de socorro a los obispos americanos para que vinieran en su ayuda. Cuando la madre Cabrini va a exponer al Santo Padre la proposición de monseñor Scalabrini, recibe una orden explícita perentoria: "Al Oriente, no; al Occidente".

Cristo ha hablado por boca de su Vicario. China desaparece como nube arrebolada herida por el sol.

Bastaba recorrer el andén de Turín o asomarse a los puertos de Génova y Nápoles para ver el espectáculo: maletas, fardos pesados, y sobre ellos, sentados, hombres, mujeres y niños.

Muchos analfabetos. Todos sin orlentación, sin rumbo fijo, sin ninguna asistencia. Han de buscar en otros horizontes lo que en su patria no encuentran. Victimas de engaños, sin recursos económicos, van a regar con su sudor y con su sangre los campos, las minas, las industrias de ultramar. Marchan a los grandes desiertos, a las enormes ciudades. A un mundo distinto y extraño, fundidos entre los nativos, entre los franceses, españoles, portugueses, irlandeses... En una mezcolanza impresionante de ideas, de credod y de razas.

Frente a una lucha a muerte contra todo lo que se opusiera al logro de sus legitimos deseos de mejorar o de vivir. Sin asistencia espiritual, sin colegios, sin asilos, sin orfanatos, sin hospitales, sin solidaridad nacional, sin recíproca comprensión, vivían o malvivían a la sazón en America cerca de un millón de italianos. Después este número ha crecido extraordinariamente. Faltaba una asistencia amorosa y paciente que conservara integra su fe, mantuviera su esperanza, diera a su camino áspero y duro un sentido noble de misión e hiciera consciente tanto dolor como medio de superación y elevación personal y colectiva. Faltaba una cultura, que de suyo constituye siempre una gran fuerza moral y brinda oportunidad para triunfar Tan lamentable espectáculo hizo decir a monseñor Scalabrini: "Se me enciende el rostro de vergüenza. Me siento humillado en mi doble condición de sacerdote y de italiano".

El 13 de julio de 1888 había partido para América el primer grupo de misioneros de monseñor Scalabrini: siete sacerdotes y tres legos. Llevaban un crucifijo y la bendición de León XIII. El 21 de marzo de 1889 el navío Bourgogne sale de El Havre llevando a Francisca Javier. Va a Nueva York para hacer su primera fundación. En el camino se cruza un telegrama del arzobispo de Nueva York en el que le anuncia que desiste de sus propósitos de fundar un orfanato por haber fallado sus planes. Por eso, al llegar, las recibe únicamente la estatua de la Libertad. Van la madre y seis religiosas. El saludo de monseñor Carrigan es: "Me parece que la mejor solución es que regresen a Italia" Este comienzo es el pórtico de una vida llena de penalidades.

Alguien ha dicho: "Si Cristóbal Colón descubrió América, la madre Cabrini ha descubierto a todos los italianos en América". Y es verdad. Fue a su encuentro y los halló en los barrotes de la cárcel, en el campo de trabajo, en la orilla de los ríos, en los muelles de los puertos, en las tabernas, en las buhardillas. Dondequiera que un alma de su tierra sufría y lloraba, allí llegó la madre Cabrini. Con su sonrisa ancha, con afán de servicio, con la ilusión de renovar el follaje seco injertándolo en el árbol perenne, siempre fresco, de la Iglesia. "Trabajemos, trabajemos. Luego tendremos toda una eternidad para descansar", decía constantemente.

A los cuatro meses vuelve a Italia. ¿Cómo relatar ahora en tan breve espacio los diecinueve viajes que realizo a través del Océano?

Fundó en Italia, en Francia, en Inglaterra y en España. Creó personalmente hospitales, preventorios, orfanatos, colegios y asilos en Nueva York, Nueva Orleáns, Denver Los Angeles, Chicago, Seattle, Filadelfia, etc., etc.

En la América central fundó en Costa Rica, en Panamá y en Nicaragua.

De la bahía de Costa Rica es esta anécdota: el barco ha fondeado cerca de la costa. En una barquita se acercan las religiosas a tierra para comulgar. Como preparación van cantando. De improviso unas aves, en ordenado vuelo, se colocan encima del esquife. La madre dice: "Son las jóvenes americanas que ingresarán en el Instituto". Una religiosa le dice: "¿No serán las almas que por nuestro sacrificio se salvarán?" La respuesta es inmediata. Millares de aves acuáticas levantan el vuelo y giran en torno de la embarcación. Este doble presagio se cumplirá: a la muerte de la madre Cabrini el Instituto contaba ya con dos mil religiosas. ¿Y quién podrá contar las almas que se han salvado y se salvarán por su mediación? ¿Quién podrá describir su paso por la cordillera de los Andes sobre una mula, y el encuentro con los icebers frente a Terranova, y las terribles tempestades, tras las cuales, sobre el lomo del mar pacificado, se veían innumerables restos de veleros hundidos, y sus viajes de siete días y siete noches en tren con altas fiebres? ¿Cómo enumerar las contradicciones de los nativos y connacionales, las estrecheces, las dificultades que surgieron por parte de las autoridades civiles y eclesiásticas, la guerra que le hicieron los masones, los liberales, las sectas acatólicas?

Hizo fundaciones en Buenos Aires, Rosario de Santa Fe, Mendoza. En el Brasil abre colegios en San Pablo y en Río de Janeiro.

El papa León XIII la recibía aun estando las audiencias suspendidas. El venerable anciano, con admiración de los presentes, le ponía su cansada mano sobre la cabeza, acariciándola mientras decía: "La Iglesia abraza al Instituto". Y añadía: "Trabajemos, trabajemos, que después será muy hermoso el paraíso". Después repetiría la Santa: "Tengo asegurado el paraíso. Me lo ha dicho el Santo Padre".

El día 22 de diciembre de 1917 la madre Cabrini entraba en el paraíso prometido. Moría en Chicago.

En la oración fúnebre el obispo de Seattle decía: "Fue una mujer extraordinaria, no solamente en la historia de América, sino en la historia del mundo entero".

El comisario de la Emigración en América afirmó: "La madre Cabrini ha hecho por los emigrantes mucho más que el Ministerio de Asuntos Exteriores".

Pío XI la inscribió en el catálogo de los beatos el día 13 de noviembre de 1938. El papa Pío XII decretó su canonización el día 20 de junio de 1943.

Y el papa Pío XII, el gran papa de los emigrantes, el día de su canonización destacó en un precioso discurso lo fundamental, el impulso interno que animó todas sus obras: era un alma ricamente dotada por la naturaleza y por la gracia. En ella se dieron cita la audacia y el valor, la previsión y la vigilancia, la perspicacia y la constancia. La desconfianza en si misma se tradujo en confianza inmensa en Dios. Fue misionera del Corazón de Jesús, al que hizo conocer, adorar, amar y servir.

Pío XII recordó la frase de la Santa: "Yo siento que el mundo entero es demasiado pequeño para satisfacer mis deseos". Y a continuación hacía hablar Su Santidad a Porcia, el personaje de Shakespeare, símbolo de la mujer estéril y aburrida: "Mi pequeño cuerpo está cansado de este gran mundo". ¡Qué contraste! Fue humilde de corazón, obediente, desprendida y virginal. Vivió una vida de unión íntima con el Corazón de Jesús, autor de la gracia, y con el Corazón de María, Madre de todas las gracias.

JAVIER PÉREZ DE SAN ROMAN

martes, 6 de diciembre de 2011

SAN NICOLÁS DE BARI OBISPO


HIMNO

Desde este mar proceloso
Oh Padre San Nicolás,
Conduce al puerto seguro
Desde la patria celestial.

De las luchas de la vida
Y mortales tempestades
Sálvanos por tu favor
Y virtudes singulares.

Siempre acudes en socorro
De cuantos tu auxilio imploran
Enfermos y navegantes
Pobres o ricos te invocan.

Por tu santidad eximia
E intercesión poderosa,
Haz que elegidos seamos
A la eternidad dichosa.

A los fieles que devotos
Vuestro culto propagamos
Haznos merecer la gloria
Amando a nuestros hermanos. Amén


Oración. Imploramos, Señor, suplicantes, tu misericordia, y por tu intercesión de San Nicolás, Obispo, guárdanos de todos los peligros, para que se nos muestre expedito el camino de salvación. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.


San Nicolás, cuyo nombre significa "protector y defensor de los pueblos" fue tan popular en la antigüedad que se le han consagrado en el mundo más de dos mil templos. Era invocado por los fieles en los peligros, en los naufragios, en los incendios y cuando la situación económica se ponía difícil, consiguiendo éstos favores admirables por parte del santo.

Por haber sido tan amigo de la niñez, en su fiesta se reparten dulces y regalos a los niños, y como en alemán se llama "San Nikolaus", lo empezaron a llamar Santa Claus, siendo representado como un anciano vestido de rojo, con una barba muy blanca, que pasaba de casa en casa repartiendo regalos y dulces a los niños. De San Nicolás escribieron muy hermosamente San Juan Crisóstomo y otros grandes santos, pero su biografía fue escrita por el Arzobispo de Constantinopla, San Metodio.

Desde niño se caracterizó porque todo lo que conseguía lo repartía entre los pobres. Unos de sus tíos era obispo y fue éste quien lo consagró como sacerdote, pero al quedar huérfano, el santo repartió todas sus riquezas entre los pobres e ingresó a un monasterio.

Según la tradición, en la ciudad de Mira, en Turquía, los obispos y sacerdotes se encontraban en el templo reunidos para la elección del nuevo obispo, ya que el anterior había muerto. Al fin dijeron: "elegiremos al próximo sacerdote que entre al templo". En ese momento sin saber lo que ocurría, entró Nicolás y por aclamación de todos fue elegido obispo. Fue muy querido por la cantidad de milagros que concedió a los fieles.

En la época del Licino, quien decretó una persecución contra los cristianos, Nicolás fue encarcelado y azotado. Con Constantino fueron liberados él y los demás prisioneros cristianos. Se dice que el santo logró impedir que los herejes arrianos entrasen a la ciudad de Mira.

El santo murió el 6 de diciembre del año 345. En oriente lo llaman Nicolás de Mira, por la ciudad donde fue obispo, pero en occidente se le llama Nicolás de Bari, porque cuando los mahometanos invadieron a Turquía, un grupo de católicos sacó de allí, en secreto, las reliquias del santo y se las llevó a la ciudad de Bari, en Italia.

En esta ciudad se obtuvieron tan admirables milagros por su intercesión, que su culto llegó a ser sumamente popular en toda Europa. Es Patrono de Rusia, de Grecia y de Turquía.

lunes, 5 de diciembre de 2011

SAN SABAS ABAD

San Sabas, uno de los patriarcas más renombrados entre los monjes de Palestina, nació en Mutalaska de Capadocia, no lejos de Cesárea, el año 439. Su padre era un oficial del ejército. Este, obligado a partir a Alejandría con su esposa, confió a su hijo Sabas y la administración de sus posesiones a su cuñado. La tía de Sabas le maltrató de tal manera que el niño huyó de la casa a los ocho años y se refugió en la casa de su tío Gregorio, hermano de su padre, con la esperanza de ser ahí menos infeliz. Gregorio exigió entonces que se le confiase también la administración de los bienes de su hermano, lo cual dio origen a dificultades y pleitos legales entre los dos tíos de Sabas. El niño, que era de temperamento pacífico y sufría mucho por ser causa de discordias, huyó al monasterio de Mutalaska. Al cabo de algunos años, sus dos tíos, avergonzados de su conducta, decidieron sacarle del monasterio, devolverle sus propiedades y convencerle de que contrajese matrimonio. Pero el joven Sabas había gustado ya la amargura del mundo y la suavidad de Cristo, y su corazón estaba tan apegado a Dios, que no hubo argumento capaz de arrancarle del monasterio. A pesar de que era el más joven de los monjes, en fervor y virtud los aventajaba a todos. En cierta ocasión en que Sabas ayudaba al panadero, éste puso a secar sus vestidos junto al horno, pero los dejó olvidado; y se le quemaron. Viendo al pobre monje muy afligido por ello, Sabas se trasladó a Jerusalén para tomar ejemplo de los anacoretas de esa región Pasó el invierno en un monasterio gobernado por el santo abad Elpidio. El monjes querían que Sabas se quedase con ellos, pero el joven, que desea! mayor silencio y retiro, prefirió el modo de vida de San Eutimio, quien había negado a abandonar su celda aislada a pesar de que se había construido un monasterio expresamente para él. Sabas pidió a San Eutimio que le aceptase por discípulo; pero el santo, juzgándole demasiado joven para el retiro absoluto, le recomendó a San Teoctisto, el cual era superior de un monasterio que quedaba a unos cinco kilómetros de la colina en la que él vivía.
Sabas se consagró con renovado fervor al servicio de Dios. Trabajaba el día entero y velaba en oración buena parte de la noche. Como era muy vigoroso, ayudaba a los otros monjes en los trabajos más pesados, cortaba leña y acarreaba agua al monasterio. Sus padres fueron a visitarle ahí. Su padre quería que ingresara en el ejército y disfrutase de las riquezas que él había amasado. Como el joven se negase, le rogó que por lo menos aceptara algún dinero para poder vivir; pero Sabas sólo aceptó tres monedas de oro y las entregó al abad a su regreso. A los treinta años de edad, Sabas consiguió que San Eutimio le diese permiso de pasar cinco días por semana en una cueva lejana. Empleaba ese tiempo en la oración y el trabajo manual. Partía del monasterio el domingo por la tarde, con una carga de hojas de palma, y regresaba el sábado por la mañana con cincuenta canastas, porque tejía diez canastas al día. San Eutimio eligió a Sabas y a Domiciano para que le acompañasen a su retiro anual en el desierto de Jebel Quarantal, donde, según la tradición, ayunó el Señor durante cuarenta días. Los tres monjes iniciaron su penitencia el día de la octava de la Epifanía y volvieron al monasterio el Domingo de Ramos. Durante aquel primer retiro San Sabas perdió el conocimiento a causa de la sed. San Eutimio, compadecido de él, rogó a Jesucristo que se apiadase de su fervoroso soldado; acto seguido golpeó la tierra con su bastón e hizo brotar una fuente. Sabas bebió un poco y recobró las fuerzas. Después de la muerte de Eutimio, San Sabas se adentró todavía más en el desierto, rumbo a Jericó. Ahí pasó cuatro años sin hablar con nadie. Después, se trasladó a una cueva situada frente a un acantilado, al pie del cual, corría el torrente Cedrón. Para subir a la cueva y bajar de ella, el santo empleaba una cuerda. Su único alimento eran las yerbas silvestres que crecían entre las rocas, excepto cuando los habitantes de la región le llevaban un poco de pan, queso, dátiles y otros alimentos. Para tomar un poco de agua, tenía que recorrer una distancia considerable.
Al cabo de algún tiempo, empezaron a acudir muchos monjes que querían servir a Dios bajo la dirección del santo. Este se resistió al principio; pero finalmente fundó una nueva “laura.” Una de las primeras dificultades que surgieron, fue la escasez de agua. Pero el santo, viendo un día a un asno cocear la tierra, mandó excavar en ese sitio. Ahí se descubrió una fuente que dio de beber a muchas generaciones. San Sabas llegó a tener ciento cincuenta discípulos; sin embargo, no había entre ellos ningún sacerdote, pues el santo opinaba que ningún religioso podía aspirar a tan alta dignidad sin incurrir en presunción. Ello movió a algunos de sus discípulos a quejarse ante Salustio, patriarca de Jerusalén. El obispo juzgó infundadas las acusaciones que hicieron al santo; pero, comprendiendo que hacía falta en la comunidad un sacerdote para restablecer la paz, ordenó a San Sabas el año 491. El santo tenía entonces cincuenta y tres años. Su fama de santidad atrajo a los monjes de las regiones más distantes. En la “laura” del santo había egipcios y armenios, de suerte que éste tomó disposiciones para que pudiesen celebrar los oficios en sus respectivos idiomas. Después de la muerte del padre de Sabas, su madre se trasladó a Palestina y sirvió a Dios bajo su dirección. Con el dinero que su madre había llevado, San Sabas construyó dos hospitales, uno para los forasteros y otro para los enfermos; también construyó un hospital en Jericó y otro en una colina de los alrededores. El año 493, el patriarca de Jerusalén nombró a San Sabas archimandrita de todos los monjes de Palestina que vivían en celdas aisladas (ermitaños) y a San Teodosio de Belén archimandrita de todos los que vivían en comunidad (cenobitas).
Siguiendo el ejemplo de San Eutimio, San Sabas partía de la “laura” una o más veces al año y, por lo menos, pasaba la cuaresma sin ver a nadie. Algunos de sus monjes se quejaron de ello. Como el patriarca no atendiese a sus quejas, unos sesenta de ellos abandonaron la “laura” y se establecieron en las ruinas de un monasterio de Tecua, en donde había nacido el profeta Amos. Cuando San Sabas se enteró de que los disidentes se hallaban en grandes dificultades, les envió víveres y los ayudó a reconstruir la iglesia. El santo fue arrojado de su “laura” por algunos rebeldes; pero San Elias, el sucesor de Salustio de Jerusalén, le mandó volver. Entre otras cosas, se cuenta que el santo se echó una vez a dormir en una cueva que era la madriguera de un león. Cuando la fiera volvió, cogió entre las fauces al santo por los vestidos y le echó fuera. Sin inmutarse por ello, Sabas volvió a la cueva y llegó a domar al león. Pero la fiera puso en aprietos al santo en varias ocasiones, de suerte que Sabas le dijo que, si no podía vivir en paz con él, más valía que retornase a su madriguera. Así lo hizo el león.
Por entonces, el emperador Anastasio apoyaba la herejía de Enrique y desterró a muchos obispos ortodoxos. El año 511, envió a San Sabas a ver al emperador para que dejase de perseguir a los cristianos. San Sabas tenía setenta años cuando emprendió ese viaje a Constantinopla. Como el santo parecía un mendigo, los guardias del palacio del emperador dejaron pasar a los otros miembros de la embajada, pero no a él. Sabas no dijo nada y se retiró. Una vez que el emperador hubo leído la carta del patriarca, en la que éste se hacía lenguas de Sabas, preguntó dónde estaba éste. Los guardias le buscaron por todas partes hasta encontrarlo en un rincón, orando. Anastasio dijo a los abades que pidieran lo que quisiesen; cada uno de ellos presentó sus peticiones, excepto San Sabas. Como el emperador le urgiese a hacerlo, dijo que no tenía nada que pedir para él y que sólo deseaba que el emperador restableciese la paz en la Iglesia y no molestase al clero. Sabas pasó todo el invierno en Constantinopla. Con frecuencia, visitaba al emperador para discutir con él contra la herejía. A pesar de todo, Anastasio desterró a Elias de Jerusalén y le sustituyó por un tal Juan. Entonces, San Sabas y otro monje partieron apresuradamente a Jerusalén y persuadieron al intruso de que por lo menos no repudiase los edictos del Concilio de Calcedonia. Se cuenta que San Sabas asistió en su lecho de muerte a Elias en una ciudad llamada Aila, junto al Mar Rojo. En los años siguientes, estuvo en Cesárea, Escitópolis y otros sitios, predicando la verdadera fe, y convirtió a muchos a la ortodoxia y a mejor vida.
A los noventa y un años, a petición del patriarca Pedro de Jerusalén, el santo emprendió otro viaje a Constantinopla, con motivo de los desórdenes producidos por la rebelión de los samaritanos y su represión por parte de las tropas imperiales. Justiniano le acogió con grandes honores y le ofreció dotar sus monasterios. Sabas replicó, agradecido, que no necesitaban renta alguna mientras los monjes sirviesen fielmente a Dios. En cambio, rogó al emperador que rebajase los impuestos a los habitantes de Palestina, si tomaba en cuenta lo que habían tenido que sufrir a consecuencias de la rebelión de los samaritanos. Igualmente, le pidió que construyese en Jerusalén un hospital para los peregrinos y una fortaleza para proteger a los ermitaños y a los monjes contra los merodeadores. El emperador accedió a todas sus peticiones. Un día en que éste se ocupaba de los asuntos de San Sabas, el abad se retiró de su presencia a la hora de tercia para decir sus oraciones. Su compañero, Jeremías, le hizo notar que no estaba bien retirarse así de la presencia del emperador. El santo replicó: “Hijo mío, el emperador cumple con su deber y nosotros debemos cumplir con el nuestro.” Poco después de regresar a su “laura”, el santo cayó enfermo. El patriarca logró convencerle de que se trasladase a una iglesia vecina, donde le asistió personalmente. Los sufrimientos del santo eran muy agudos; pero Dios le concedió la gracia de una paciencia y resignación perfectas. Cuando Sabas comprendió que se aproximaba su última hora, rogó al patriarca que mandara trasladarle a su “laura.” Inmediatamente, procedió a nombrar a su sucesor y a darle sus últimas instrucciones. Después, pasó cuatro días sin ver a nadie, ocupado únicamente de Dios. Murió al atardecer del 5 de diciembre de 532, a los noventa y cuatro años de edad. Sus reliquias fueron veneradas en su principal monasterio, hasta que los venecianos se las llevaron.

sábado, 3 de diciembre de 2011

SAN FRANCISCO JAVIER (1506-1552)


San Francisco Javier nació en el castillo de Javier en 1506, hijo de Juan de Jassu y de María Azpilicueta. Ese mismo año moría Colón, después de haber alumbrado un nuevo mundo, siguiendo la ruta del Sol. Y nacía Javier, que alumbraría un nuevo mundo de las almas, la India y Japón, siguiendo la ruta contraria. Y así España, con las carabelas de Colón y las sandalias peregrinas de Javier inundaba con destellos solares los dos hemisferios del planeta. Una hermosa conjunción de soles.

Desde 1525 estudia Javier en París con su amigo Pedro Fabro. Vida estudiantil en el Colegio de Santa Bárbara, junto a la Sorbona. Vida severa y a la vez movida y azarosa, en que no faltaban aventuras y fiestas. Javier era de los más alegres. La vida le sonreía. Sería un maestro famoso.

Hasta que entra en su vida "el peregrino", un estudiante mayor, Ignacio de Loyola. Javier recela de Ignacio, pero confiesa que le subyuga. El estratega Ignacio espera la oportunidad. Cuando Javier parece más satisfecho de sí mismo, Ignacio le espeta bruscamente: ¿que aprovecha al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma? Javier se resiste. Ignacio insiste y termina doblegando las altivas almenas de Javier. De aquí, con su nueva brújula, partirán las nuevas rutas que le llevarán a Oriente.

El año 1534, 15 de agosto, es una fecha clave. Javier, con Ignacio, Fabro, Laínez, Salmerón, Rodríguez y Bobadilla, en Montmartre, París, hacen votos de pobreza, castidad y obediencia y de peregrinar a Tierra Santa. Van a Venecia, son ordenados sacerdotes, pero no pueden ir a Tierra Santa.

Marchan a Roma y se ofrecen a las órdenes del Papa. El año 1540 se dispersan. El rey de Portugal pide a Ignacio dos misioneros para la India. Javier ansiaba ser elegido. Ignacio elige a Rodríguez y Bobadilla. Éste cae enfermo y le sustituye Javier. Tienen prisa en llegar a Lisboa para embarcar. Pasan por Roncesvalles. No puede despedirse de los suyos. Javier sabía que nunca les vería ya. Y daba prisa a la mula coja que montaba.

Desde ahora las fechas se precipitan. El 1541 sale para la India. Trece meses de arriesgada navegación, bordeando el continente africano. En mayo de 1542 llegan a Goa. "¡Qué momento de emoción, el gritarles: Escuchad, y romper con nuestro acento, la virginidad de un viento, que nunca oyó la Verdad!". (El Divino Impaciente, de Pemán).

Misiona Goa, Pesquería, Malaca, Macasar, Socotora, Célebes, Molucas, Singapur, Travancore... poblados, islas, regiones. Traduce a las lenguas indígenas los artículos de la fe y oraciones. Trabaja sin descanso. Tienen que sostenerle el brazo, se le cansa de tanto bautizar. "¡Mano de Javier, que sembró prodigios, bautizó un millón de paganos, calmó tempestades, sanó enfermos, resucitó muertos, prodigó bendiciones por todas partes!".

Mano de Javier, que escribía a Ignacio de rodillas, que escribió cartas inflamadas, que tanto bien hicieron en Occidente. A los universitarios de Sorbona les urgía a que se olviden de medros personales y ofrezcan sus personas y sus vidas para trabajar en la salvación de las almas.

Pasa dos años misionando en Japón. Vuelve a Goa. Organiza las misiones como legado del Papa para todo el Oriente. Planea el viaje a China desde la isla de Sanchón. La conversión de China influiría mucho en Japón...

Allí muere, consumido por su celo apostólico, aquel “divino impaciente”- el 3 de Diciembre de 1552, a los 46 años de edad. Mientras, vieron que sangraba el Cristo del castillo de Javier. Su cuerpo está en Goa, y un brazo en Roma, en la iglesia del Gesú.

lunes, 14 de noviembre de 2011

LA SANTIDAD UN LLAMADO DIVINO


sábado, 12 de noviembre de 2011

SAN MILLÁN DE LA COGOLLA









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SAN MILLÁN DE LA COGOLLA

(+ ca 574)

NICOLÁS GONZÁLEZ RUIZ.

Para contar sencillamente la vida de San Millán disponemos de un testimonio fidedigno, sin que esto quiera decir que no deba sometérsele por ello al análisis de la crítica histórica. San Braulio, obispo de Zaragoza, nos legó un opúsculo latino en el que relata la vida de San Millán. No sólo el prestigio del propio narrador ha de imponérsenos en este caso. Escribe a poca distancia de los hechos, "porque los venerables sacerdotes de las iglesias de Cristo. Citonato, Sofronio y Geroncio, presbíteros de santa y purísima vida, a quienes no da la Iglesia poco crédito, nos contaron fielmente lo que vieron". A estos tres hay que agregar el testimonio "de la muy religiosa Potamia, de santa memoria". En la declaración de cuatro testigos respetables funda San Braulio la biografía de San Millán. De su narración difiere muy poco, siglos adelante, Gonzalo de Berceo, que en realidad traduce libremente al obispo de Zaragoza, dando una versión de nombres de lugares terminante y clara, por simple incorporación de lo que se admitía sin vacilar en su momento.

Como en esta localización residen algunos de los problemas históricos que se han discutido en torno de la vida de San Millán, optamos por narrar ésta primero, siguiendo a San Braulio y respetando la nomenclatura que él emplea. Y una vez recogido este fundamental testimonio, del que arranca todo lo que se ha escrito sobre San Millán, trataremos de esclarecer aquellos puntos históricos aludidos. Parece esto más hacedero y fácil de seguir por el lector que plantear a cada cita del nombre de un pueblo, de un castillo o de una montaña en el texto de San Braulio el problema de interpretación correspondiente.

Estamos en el siglo VI de la era cristiana y, con toda seguridad, en el primitivo territorio de la diócesis de Tarazona. España está dominada por los visigodos, es católica, y al final de la centuria lo será solemnemente en la persona de Recaredo. El rincón de la Rioja por donde el Ebro penetra desde Cantabria es el escenario de la vida de San Millán. Las discusiones, que veremos después, acerca del lugar del nacimiento del Santo no afectan al seguro hecho histórico de su larguísima permanencia en la Rioja.

Había "en aquel tiempo", pues no puede fijarse más que la época y no el año del nacimiento de San Millán, un pastor de ovejas como de veinte años, mancebo ejemplar y temeroso de Dios, que, entretenido en la guarda de su ganado en el mismo corazón de los montes, se acompañaba, como era costumbre pastoril, con una cítara, tratando de evitar así el mortal decaimiento del ánimo, fruto de una prolongada y honda soledad. Un día, a este pastor, llamado Millán (esto es, Emiliano; Aemiliani, dice el texto latino de San Braulio), "le vino un sueño del cielo", y se le despertó el alma con tanto ímpetu y con tan viva luz que determinó consagrarse, de todo en todo, a la vida sobrenatural, y partió en busca de las soledades del yermo, donde hacer vida de contemplación y santificación.

El lugar donde nació Millán, el pastor, se llamaba Vergegio, y cercanos a él se hallaban los montes y prados donde apacentaba el ganado. Al adoptar la determinación de consagrarse a la vida religiosa, Millán comprendió que no podía hacerlo sin someterse a la debida instrucción y guía, y para ello se dirigió a Bilibio, donde en un famoso castillo que guardaba una garganta del Ebro con tal fortaleza y eficacia que jamás los sarracenos se atrevieron con él, habitaba un monje llamado Felices, que gozaba fama de varón santísimo. A él se dirigió Millán, imploró y obtuvo su magisterio, y sujetándose a la severa disciplina que Felices le impuso, se abrió las puertas de la vida que deseaba emprender.

Fortalecido con esta enseñanza, provisto a la vez de reglas y de doctrina, Millán escogió un lugar próximo a Vergegio para vivir en soledad y oración, pero no le fue posible permanecer en él largo tiempo, porque entre sus convecinos y otros comarcanos corrió la fama de su santidad y confluían en masa a pedirle consejo y remedio. Deseoso entonces de asegurar la soledad que buscaba para su perfección, adentróse por la montaña, caminando hacia lo más elevado, intrincado y boscoso de ella, hasta llegar a lo más escondido del Distercio, que tal era el monte en el cual se encontraba. Allí, privado de toda compañía humana, expuesto a la dura inclemencia de nieves y huracanes, permaneció por espacio de cuarenta años, sostenido su cuerpo por las hierbas y frutos silvestres y el agua de los arroyos, y más que nada, por el temple del alma, entregada a Dios.

De este larguísimo plazo de vida en el yermo que dan como cierto los testimonios recogidos por San Braulio, tal vez no deba dudarse si se piensa que cupo ampliamente en la existencia de San Millán, el cual permaneció en este mundo por espacio de ciento un años. En cuanto a que lograse subsistir en las condiciones que implica un clima despiadado, hemos de pensar en el favor de Dios y en que, si sometido a tales condiciones logra alguien vivir cuatro años, puede, sin duda alguna, vivir los cuarenta. De las luchas y sacrificios de esta época, de las tentaciones que sufrió, de las asechanzas a las que el demonio le sometiese, dice con gran acierto San Braulio que "sólo pueden conocerlo bien aquellos que, consagrándose a la virtud, lo experimentan en sí mismos".

El selvático aislamiento en el que Millán permanecía no fue obstáculo para que hasta él llegase algún peregrino y para que por el contorno se difundiese la fama de una santidad en la que creían todos. Esta fama, corriendo de boca en boca, fue a parar hasta los oídos de Didimo, por aquel entonces obispo de Tarazona. Teniendo jurisdicción sobre el áspero eremita por hallarse el lugar que había elegido para la oración en territorio de su diócesis, el obispo le envió mensaje para que se presentara a recibir las sagradas órdenes, pues deseaba que como sacerdote, y no como monje del yermo, diese pruebas de su activa virtud.

No se creía Millán apto para el desempeño de las tareas sacerdotales, al punto que dicen que al recibir el primer mensaje del obispo abrigó la idea de huirse más allá de los límites de la diócesis de Tarazona. Pero al fin pensó que debía obedecer y, una vez ordenado, se le confirió la parroquia de Vergegio, su pueblo natal. Allí prosiguió su ejemplar vida de privaciones y sacrificios, entregándose a dilatados ayunos y severas mortificaciones. Se afirma que siendo escasísimas sus letras, como era natural, pues no tuvo otra instrucción que la que le comunicara el monje Felices, los años de vida eremítica le habían proporcionado una sabiduría profunda, fruto de las meditaciones en la montaña, a solas con Dios.

Con todo, la etapa de San Millán como párroco de Vergegio había de terminar mal. Se propuso el Santo desterrar todo hábito de codicia en la casa del Señor y proclamó que la mejor administración posible de los bienes eclesiásticos era repartirlos entre los pobres. Así se lo propuso y así lo realizó en Vergegio, con gran escándalo de los otros clérigos, que, hechos al disfrute de diezmos y primicias, acabaron por querellarse ante el obispo Didimo, acusando a San Millán de malversación por el grave perjuicio que infería a los bienes de la Iglesia. Afirma San Braulio que el prelado se sentía envidioso del gran predicamento alcanzado por las excelsas virtudes que todos reconocían en San Millán, y dio oídos a la denuncia, ardió en cólera, increpó al Santo y le privó del curato que él mismo se había obstinado en concederle. San Millán sufrió los reproches con tranquila y humilde paciencia y se retiró al lugar que se conoce como su oratorio para continuar su vida de oración y penitencia.

A continuación veremos lo que la investigación histórica ha podido agregar al sencillo relato de San Braulio. Después de aludir a su retiro al oratorio, siendo ya hombre de más de ochenta años y hallándose enfermo de hidropesía, se nos da a entender que vivió asistido por algún presbítero; que dispuso de un caballejo, que en una ocasión le robaron, y que se rodeó de santas mujeres, vírgenes del Señor, que le cuidaban en los últimos tiempos de su extrema ancianidad. Parece que al cumplir los cien años tuvo aviso de su próxima muerte y que al llegar la hora llamó junto a sí al presbítero Aselo, que con él vivía, y, confesándose con él, entregó el alma a Dios.

Se atribuyen a San Millán gran número de milagros, que San Braulio refiere por lo menudo y Berceo reproduce, apoyándose en la tradición oral que transmitió hasta los nombres de las personas favorecidas. En realidad parece que la virtud milagrosa del Santo ejercióse principalmente en las curaciones de ciegos, tullidos y paralíticos, que a él acudían de todas partes, y en la expulsión de los demonios. A título de curiosidad, y por ser, indudablemente, el más legendario de todos los milagros de San Millán, la mayoría de los cuales entran en el orden de los que Dios ha obrado muchas veces por el intermedio de los santos, referiremos que en cierta ocasión el demonio le salió al camino y le retó a medir sus fuerzas con él, para lo cual tomaría el espíritu del mal forma y cuerpo tangibles. Hízolo así, pero salió malparado de la lucha, porque San Millán imploró el socorro de los ángeles, que le ayudaron a vencer. La leyenda medieval concreta en esta forma su admiración por el poderío que el Santo tuvo sobre el demonio.

La devoción a San Millán fue, evidentemente, muy viva en la alta Edad Media. Venerado entrañablemente en la manera que descubre el propio estilo del texto de San Braulio, fué, a partir del siglo xvi, después de la unidad española y de la existencia de una gramática castellana, objeto de ardientes controversias, nacidas de la interpretación de los viejos códices latinos y atizadas por el afán comarcal de apropiarse la pertenencia de un varón tan ilustre. Así se consiguió enturbiar el limpio arroyo de la tradición que Berceo había recogido y popularizado. Y eso que la autoridad de Gonzalo de Berceo en este caso debe valorarse en mucho por hallarse el poeta en el mismo punto de conjunción del latín vulgar con el castellano recién nacido y ofrecer por eso la mayor garantía de autenticidad en su nomenclatura, que él, por otra parte, no supone que pueda ponerse en tela de juicio.

Una breve síntesis de las polémicas servirá para aclararle al lector esa geografía de San Braulio, que ha de resultarle forzosamente obscura, con su Vergegio, con su Bilibio, con su monte Distercio... Recordemos que el Santo vive en el siglo vi y aun por una referencia de San Braulio puede colegirse que su muerte acaeció a no excesiva distancia del final del reinado de Leovigildo, lo cual, dada la longevidad del Santo, situaría su nacimiento en el último cuarto del siglo v. Las precisiones documentales que se poseen hoy sobre aquella época no son para darle alientos a ningún investigador.

En primer lugar ¿a qué pueblo de hoy corresponde el Vergegio en que el Santo nació? Lo único que sabemos seguro es que pertenecía a la diócesis de Tarazona. Para Gonzalo de Berceo no hay duda posible:

Cerca es de Cogolla de parte de Orient
dos leguas sobre Nagera al pie de Sant Lorent
el barrio de Berceo, Madriz la iaz present.
Inació Sant Millan, esto sin falliment.

Allí, en Berceo, nació San Millán, y sin duda alguna, lo que se corrobora más adelante en el poema, poniéndolo en boca del mismo Santo:

En Berceo fui nado, cerca es de Madriz,
Millón me puso nomne la mi buena nodriz.

Madriz, ya se ha entendido, es un lugar inmediato a Berceo. Pero quieren algunos aragoneses recabar para su tierra el nacimiento de San Millán, para lo cual reciben muy buena ayuda en el tomo 50 de la España Sagrada, donde el historiador don Vicente de la Fuente arguye que Vergegio es Verdejo, lugar de Aragón ya mencionado en el Fuero de Calatayud. Los argumentos de tipo lingüístico que parecían deponer en este caso a favor de Verdejo deponen, en realidad, a favor de Berceo, cuya afinidad con Vergegio es mucho más efectiva que la de Verdejo, tanto más cuanto que, remontándonos al mencionado Fuero de Calatayud, donde consta el nombre de Verdejo, lo vemos aparecer como Berdello, forma ya inadmisible como intermedia entre Vergegio y Verdejo. No olvidemos, por otra parte, que el padre Manuel Risco, en el tomo 33 de la España Sagrada, al tratar de los santos del obispado de Calahorra, deja de lado a San Millán, pues aunque nacido en Vereco, de la diócesis calagurritana "desde que los reyes de Navarra echaron los moros de toda esta provincia", perteneció en los siglos anteriores a la diócesis de Tarazona, como hallándose en territorio de la Celtiberia, "la cual se extendía por los montes Idubedas, que en aquella parte se dijeron Distercios".

No pudo el padre Risco, porque se lo impidió la muerte, ocuparse de San Millán, pero la nota a la que nos hemos referido es muy importante y no alcanzó don Vicente de la Fuente a refutarla. Puede darse por averiguado que Berceo perteneció a la diócesis de Tarazona antes de pasar a depender de Calahorra. Por otra parte, los primeros pasos de San Millán tienen una lógica mucho mayor si se considera que el Santo parte de Berceo y no de Verdejo. Se dirige, como nos ha dicho San Braulio, al castillo de Bilibio. ¿Dónde está Bilibio? Atrevidamente se quiso en el siglo xvi suponer que Bilibio pudiera ser Bilbilio, con lo cual se le asimilaba a Bílbilis (Calatayud). Pero esta forzadísima interpretación ha sido desechada unánimemente y se conviene por todos en que Bilibio estaba en las proximidades de la actual ciudad de Haro, en la Rioja. Bilibium, según el padre Risco, es probable corrupción de Bilabium, dos labios o escarpaduras entre las cuales irrumpía el Ebro en tierra riojana, lugar estratégico para emplazar un fuerte castillo. Que el joven pastor, tocado por la gracia, se dirigiese de Berceo a Haro es mucho más lógico que lo hiciese desde Verdejo, y a esto sólo se replica que a veces los anacoretas marchaban a países muy lejanos. Pero San Millán no iba, como si dijéramos, a instalarse, sino a instruirse, atraído por la fama de un monje, que había llegado a sus oídos por morar en paraje no lejano del suyo más de unas cuatro leguas.

No tendríamos, pues, discusión sino en cuanto al lugar de nacimiento; pero no en cuanto al verdadero escenario de la vida de San Millán. Sin embargo, aún queda sobre esto algo que decir. Los partidarios de Verdejo pierden mucho cuando resulta forzoso convenir que el monte Distercio—y en esto todos están conformes—, donde San Millán pasó los cuarenta años de su vida de anacoreta; no es otro que el monte, o sierra más bien, de la Cogolla, de donde le viene a San Millán su usual apellido. Como San Millán volvió a las cercanías de su pueblo, según indica San Braulio, después del tiempo que permaneció con el monje Felices, y al verse allí acosado de la gente se retiró a lo más elevado e intrincado del Distercio (la Cogolla), este proceso de traslación resulta fácil y lógico teniendo a Berceo como centro y no es igualmente explicable partiendo de Verdejo. Lo que verdaderamente otorga a Berceo sus mayores probabilidades, aparte de múltiples testimonios de la tradición, es el haberse identificado a Bilibio en las cercanías de Haro y al Distercio en la Cogolla. También partiendo de Verdejo resulta inexplicable el último retiro de San Millán, depuesto del curato, pues lo más seguro parece que el que San Braulio llama "oratorio" del Santo estuviese en el emplazamiento del monasterio de Suso.

Se admite corrientemente que San Millán murió en el año 574. Pónese muy en duda, sin embargo, la fuente principal de donde pudiera deducirse aquella fecha, y sólo queda en pie la referencia de San Braulio en la relación de milagros, cuando dice que profetizó la destrucción de Cantabria, o sea la acción punitiva de Leovigildo en esta región, un año antes de que acaeciese, con lo cual, computando fechas, viene a darse en la de 574 como probable data de la muerte. Esta misma fecha, cifrada a lo gótico, consta en cierto epitafio descubierto en 1601, cuando el abad de San Millán ascendió al monasterio de Suso para reconocer la tumba del Santo, y al no poder levantar el cantero la piedra que cubría el sepulcro, abrió uno de los costados y quedó de manifiesto una lápida que sería un tesoro si su autenticidad no se hubiera puesto tan en duda. Porque allí no sólo consta la referida fecha, sino que San Millán fué monje de la Orden de San Benito y era abad cuando descansó en el Señor.

Que se trate de una piadosa, aunque reprobable, superchería de los monjes, que de este modo recaban a San Millán entero para sí, o que, sin mediar superchería alguna, sea un epitafio en extremo posterior—como ha de serlo--a la fecha de la muerte y se haya recogido allí lo que tradicionalmente se afirmaba, es cuestión que no importa demasiado. La teoría de la falsificación pura y simple tiene sus partidarios, que argumentan con el traslado de los restos, realizado por Sancho el Mayor de Navarra en 1030, el cual habría tenido que dejar el epitafio allí. Esto, según otros, pudo ser intencionado, ya que en el sepulcro quedaban cenizas, reliquias también, que le conferían al sepulcro venerable carácter. En todo caso, se discute asimismo la calidad apócrifa de la inscripción, que se considera de un gótico extremadamente dudoso.

Queda en pie de toda esta polémica la cuestión de si efectivamente San Millán fue abad de la Orden benedictina. Seguir la discusión entablada desde el siglo xvi sobre este punto resultaría harto prolijo. Aun el mismo hecho de las santas mujeres que atendían y cuidaban a San Millán en lo más desvalido de su ancianidad extrema, que algunos estiman de todo punto incompatible con el monacato, tiene su explicación plausible para quienes lo defienden. Hemos de tener presentes las condiciones excepcionales en las que se desenvolvía la vida religiosa y monástica en el siglo vi, aunque también debe tenerse en cuenta que la única fuente biográfica de autoridad que poseemos, que es el relato de San Braulio, no hace la menor alusión a que San Millán fuese abad, y aun es dudoso que le considere monje, si bien el no designarle así concretamente se ha de entender ocioso, pues monje fue no sólo en el sentido etimológico de la palabra, sino en el de la obediencia (a más de pobreza y castidad), que se probó cuando el obispo de Tarazona le reclamó para que recibiese las sagradas órdenes, lo que no hubiera podido obligar a un simple diocesano.

Basta con dejar apuntada esta cuestión. Sobre la trayectoria seguida por los restos del Santo, una bella leyenda les señala el emplazamiento de la morada final. Ya hemos dicho que en 1030, Sancho el Mayor los trasladó desde el "oratorio", monasterio de Suso, al altar mayor, donde permanecieron hasta el 1053, en el que don García, hijo de don Sancho, los quiso trasladar al monasterio de Nájera. Pero colocado el ataúd en un carro de bueyes, no hubo medio humano de que el carro se moviese de determinado lugar, donde quedó como clavado a la tierra, dando indicio cierto de que una voluntad superior se oponía a que pasase de allí. Y allí fue donde el rey dispuso que se levantara un nuevo monasterio con el nombre del Santo, en el que sus restos descansaran en espléndida sepultura, en la que, para la urna sepulcral, se derrochó el marfil, el oro y la pedrería. Tres razones más que suficientes para que los restos del Santo fueran inquietados en 1809, cuando la francesada desplegó por allí su espíritu rapaz.






jueves, 3 de noviembre de 2011

SAN MARTIN DE PORRES


San Martín de Porres nació en Lima el año 1579. Era hijo de un hidalgo español, D. Juan de Porres, y de una muchacha mulata, Ana Velázquez. Martín fue bautizado en la iglesia de San Sebastián, en la misma pila bautismal en que siete años más tarde lo sería Santa Rosa de Lima.

Desde niño fue Martín muy generoso con los pobres, a los que daba parte del dinero cuando iba de compras. Su madre lo llevaba con frecuencia al templo. Su padre, gobernador de Panamá, le procuró una buena educación.

Martín aprendió el oficio de barbero, que incluía el de cirujano y la medicina general. Cumplía bien su oficio, sobre todo en favor de los pobres, y aprovechaba la ocasión para hablarles de Dios, y era tal su bondad que conmovía a todos. Por el día trabajaba. Por la noche se dedicaba a la oración.

A los quince años entró como terciario dominico en el convento del Rosario de Lima. Allí fue feliz, sirviendo con humildad y caridad a los de dentro y a los de fuera. Convirtió el convento en un hospital. Recogía enfermos y heridos por las calles, los cargaba sobre sus hombros y los acostaba en su propia cama. Los cuidaba y mimaba como una madre. Algunos religiosos protestaron, pues infringía la clausura y la paz. La caridad está por encima de la clausura, contestaba Martín. Sus rudimentarias medicinas, y más aún sus manos, obraban curaciones y milagros. Su caridad se extendía a los pobres animalitos que encontraba hambrientos y heridos.

Había muchos vagabundos por Lima. Buscó dinero y fundó el Asilo de Santa Cruz para niños y niñas. Allí les cuidaba y enseñaba una profesión.

Sus devociones preferidas eran: Cristo Crucificado, y en recuerdo de los sufrimientos de Cristo en la Cruz se daba tres disciplinas diarias. Jesús Sacramentado, y pasaba horas ante el Santísimo con frecuentes éxtasis. La Virgen María -sobre todo bajo la advocación del Rosario- con la que conversaba amorosamente. Y el ángel de la guarda, al que acudía con mucha frecuencia. Luchaba tenazmente contra el sueño en la oración.

Cuando la viruela empezó a causar estragos en Lima, la actividad y los cuidados de Martín se multiplicaron. A todas partes llevaba consuelo y remedio. Se cuenta que gozó del privilegio de la multilocación (estar en varios lugares a la vez), pues le veían curando y consolando simultáneamente en varios sitios. Todos acudían a él. Todos le tenían por santo. Era el ángel de Lima.

Aquel esfuerzo sobrehumano llegó a debilitarle peligrosamente. Cayó enfermo. Él sabía que no saldría de aquella enfermedad. Sufrió entonces muchos ataques del demonio, pero sintió el consuelo y compañía de la Virgen.

Cuando vio que se acercaba el momento feliz de ir de gozar de Dios, pidió a los religiosos que le rodeaban que entonasen el Credo. Mientras lo cantaban, entregó su alma a Dios. Era el 3 de noviembre de 1639.

Su muerte causó profunda conmoción en la ciudad. Había sido el hermano y enfermero de todos, singularmente de los más pobres. Todos se disputaban por conseguir alguna reliquia. Toda la ciudad le dio el último adiós.

Su culto se ha extendido prodigiosamente. Gregorio XVI lo declaró Beato el 1837. Fue canonizado por Juan XXIII en 1962. Recordaba el Papa, en la homilía de la canonización, las devociones en que se había distinguido el nuevo Santo: su profunda humildad que le hacía considerar a todos superiores a él, su celo apostólico, y sus continuos desvelos por atender a enfermos y necesitados, lo que le valió, por parte de todo el pueblo, el hermoso apelativo de "Martín de la caridad".

ORACIÓN A SAN MARTÍN DE PORRES

San Martín de PorresSeñor Nuestro Jesucristo, que dijiste "pedid y recibiréis", humildemente te suplicamos que, por la intercesión de San Martín de Porres, escuches nuestros ruegos.

Renueva, te suplicamos, los milagros que por su intercesión durante su vida realizaste, y concédenos la gracia que te pedimos si es para bien de nuestra alma. Así sea.

ORACIÓN PARA PEDIR UN FAVOR

En esta necesidad y pena que me agobia acudo a ti, mi protector San Martín de Porres.

Quiero sentir tu poderosa intercesión. Tú, que viviste sólo para Dios y para tus hermanos, que tan solícito fuiste en socorrer a los necesitados, escucha a quienes admiramos tus virtudes.

Confío en tu poderoso valimiento para que, intercediendo ante el Dios de bondad, me sean perdonados mis pecados y me vea libre de males y desgracias.

Alcánzame tu espíritu de caridad y servicio para que amorosamente te sirva entregado a mis hermanos y a hacer el bien.

Padre celestial, por los méritos de tu fiel siervo San Martín, ayúdame en mis problemas y no permitas que quede confundida mi esperanza.

Te lo pedimos por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.




martes, 1 de noviembre de 2011

FIESTA DE TODOS LOS SANTOS



La fiesta de hoy se dedica a lo que san Juan describe como «una gran muchedumbre que nadie podía contar, de todas las naciones, tribus y lenguas»; los que gozan de Dios, canonizados o no, desconocidos las más de las veces por nosotros, pero individualmente amados y redimidos por Dios, que conoce a cada uno de sus hijos por su nombre y su afán de perfección.

Hay quien pone reparos a éste o aquél, reduce el número de las legiones de mártires, supone un origen fabuloso para tal o cual figura venerada. La Iglesia puede permitirse esos lujos, un solo santo en la tierra bastaría para llenar de gozo al universo entero, y hay carretadas.

¡Aquellos veinticuatro carros repletos de huesos de mártires que Bonifacio IV hace trasladar al Panteón del paganismo para fundarlo de nuevo sobre cimientos de santidad! Montones, carretadas de santos, sobreabundancia de cristianos de quienes ni siquiera por aproximación conocemos el número, para los que faltan días en el calendario.

Por eso hoy se aglomeran en la gran fiesta común. Los humanamente ilustres, Pedro, Pablo, Agustín, Jerónimo, Francisco, Domingo, Tomás, Ignacio, y los oscuros: el enfermo, el niño, la madre de familia, un oficinista, un albañil, la monjita que nadie recuerda, gente que en vida parecía tan gris, tan irreconocible, tan poco llamativa, la gente vulgar y buena de todos los tiempos y todos los lugares.

Cualquiera que en cualquier momento y situación supo ser fiel sin que a su alrededor se enterara casi nadie, cualquiera sobre quien, al morir, alguien quizá comentó en una frase convencional: Era un santo. Y no sabíamos que se había dicho con tanta propiedad. Cristianos anónimos que a su manera, a escala humana, se parecían a Cristo.

La solemnidad de Todos los Santos nació en el siglo Vlll entre los celtas la Iglesia nos propone esta Visión de gloria al comienzo del invierno, para invitarnos a vivir en la esperanza de una primavera, más allá de la muerte. Quiere también que caigamos en la cuenta de nuestra solidaridad con cuantos han pasado al mundo invisible. Festejamos con alegría a los Santos, pues creemos «que gozan de la gloria de la inmortalidad», en donde interceden por nosotros. Cada Santo vive intensamente la visión de Dios y su amor, mas su conjunto forma una ciudad, «la Jerusalén celeste», un Reino abierto a cuantos vivan de acuerdo con las Bienaventuranzas. Son la Iglesia del cielo.

La Gloria de los «Santos, nuestros hermanos», procede de Dios, cuya imagen reproduce cada uno de ellos de una manera única. Por consiguiente, al venerarlos, proclamamos a Dios «admirable y solo Santo entre todos los Santos». Todos fueron salvados por Cristo, todos nacieron de su costado abierto. Este es el motivo por el que el lugar por excelencia de comunión con los Santos es la Eucaristía. En ella les santificó el Señor Jesús con la plenitud de su amor»; en ella podemos también nosotros suplicarle con humildad a Dios que nos haga pasar «de esta mesa de la Iglesia peregrina al banquete del Reino de los cielos».

domingo, 16 de octubre de 2011

SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA


http://www.autorescatolicos.org/robertojgonzalesraetaPI0009.pdf

SANTA MARGARITA MARIA DE ALACOQUE


http://youtu.be/zerjeoF3074

La primera comunión de una niña de nueve años pasó inadvertida en aquel mundo francés del siglo XVII, deslumbrado por la creciente majestad de Luis XIV, que se habia hecho declarar mayor de edad y habia comenzado a reinar a los catorce años.

El nacimiento de este rey, 1638, coincidía con la muerte del holandés Cornelio Jansenio, obispo de Yprès, cuya obra principal, el Augustinus, habia de producir en Francia una revolución contra la piedad debida a Dios, contra la obediencia debida al Papa.

Frente al mundo del poder, del placer y de las herejías, aquella primera comulgante de 1656 iniciaba una cadena de comuniones y visitas íntimas con el Señor sacramentado, que habian de repercutir en toda la Iglesia y habian de contribuir a llenar muchos comulgatorios.

Era hija del notario real Claudio Alacoque, que desempeñaba su cargo en la ciudad de Lhautecour, actual diócesis de Autun. Nació el 22 de julio de 1647, la quinta entre sus hermanos, y fue bautizada con el nombre de Margarita.

Su primera infancia transcurrió en el placentero castillo de su madrina. Prevenida por la gracia de Dios, se sentía como obligada a repetir: "Dios mio, te consagro mi pureza y te hago voto de perpetua castidad".

Perdió a su padre cuando tenia ocho años. Su madre la puso interna con las clarisas urbanistas de Charolles, que la permitieron comulgar a los nueve años, y esta comunión le puso amargor en las diversiones mundanas. Le encantaba la vida religiosa.

Imitaba los buenos ejemplos que veía en las clarisas, y muy gustosa se hubiera quedado con ellas para siempre.

Pero el Señor manifestó su voluntad iniciándola en el misterio de la cruz. A los diez años fue presa de una enfermedad que le duró hasta los catorce, produciéndole la impresión de que los huesos le perforaban la piel. Tuvo que volver a casa de su madre y prometió a la Virgen Santisima ser una de sus hijas si recobraba la salud.

La Madre de Dios atendió a sus ruegos, y en el corazón de Margarita se entabló entonces el combate de la juventud: la alegría de verse curada, su temperamento muy afectuoso y las atracciones del mundo, por un lado; por otro, el recuerdo de su promesa y los interiores atractivos de la gracia...

Los planes de Dios se hicieron más definidos, y sus invitaciones más apremiantes.

Un dia, después de comulgar, respondió a su Señor que, aunque hubiese de costarle mil vidas, sólo seria religlosa.

Luego declaró resueltamente este deseo a sus familiares, pidiéndoles que despidieran a todos los pretendientes. Tenia veintidós años. El obispo de Chalons la confirmó en sus deseos y, por devoción a la Santísima Virgen, solicitó y obtuvo de este prelado permiso para añadir al suyo propio el nombre de María.

Dudaba qué instituto religioso habia de escoger; mas el 25 de mayo de 1671 visitó a las religiosas salesas, en su monasterio de Paray-le-Monial. y en seguida oyó a su divino Esposo que le aseguraba: 'Aquí es donde te quiero".

Una vez en el noviciado pidió a su maestra que le enseñase cómo habia de hacer oración.

"Id a poneros ante nuestro Señor como un lienzo delante del pintor." Hizolo así Margarita María, y Nuestro Señor Jesucristo le dió a entender que quería reproducir la imagen de su propia vida terrestre en el alma de la nueva religiosa: los rasgos principales serían el amor a Dios y el amor a la cruz.

Tomó el hábito el 25 de agosto de 1671, y en las conversaciones del noviciado la hermana Margarita Maria contaba con cándida sencillez los grandes favores que su Señor le dispensaba. Las superioras temieron por el bien de toda la comunidad ante una novicia de caminos tan extraordinarios y decidieron probarla, imponiéndole faenas humillantes y penitencias muy opuestas a su extremada sensibilidad. Margarita María temió desfallecer antes de llegar a su profesión religiosa. Pero Nuestro Señor la sostuvo y la animó a vencer las propias debilidades y repugnancias, buscando por sí misma ocasiones de humillarse y sufrir más.

El 6 de noviembre de 1672 hace su profesión: ya es religiosa en la Orden de la Visitación de Nuestra Señora, y ya le ha descubierto el divino Esposo la mayor parte de las gracias que disponía para ella, sobre todo las que se refieren a su amable Corazón, en cuya llaga le ha prometido una mansión actual y perpetua.

Cuatro se consideran como principales entre aquellas maravillosas comunicaciones de Jesucristo a Santa Margarita María: en la primera le descubrió el abismo de su amor a los hombres (dia de San Juan, 1673). En la segunda, al año siguiente, el Corazón de Jesús se le mostró herido por las espinas de nuestros pecados, que lo rodeaban y oprimían.

El mismo año 1674, cuando la hermana Margarita María se hallaba ante el Santísimo Sacramento expuesto solemnemente, el Señor se deja ver y le pide que comulgue siempre que se lo permita la obediencia, especialmente todos los primeros viernes. Le pide además la Hora Santa en la noche del jueves al viernes, "para acompañarme en la humilde oración que hice entonces a mi Padre en medio de todas mis congojas..."

Absorta Margarita en su larga oración, la tienen que hacer volver en si, y la llevan a la superiora. Esta responde negativamente a las peticiones que ella le hace de parte del Señor: Hora Santa, comunión más frecuente, comunión especial de los primeros viernes...

La superiora se pregunta ansiosa qué espíritu será el que guía a esta hermana tan singular, y hace que la examinen algunos personas doctas. El resultado es deplorable: la tienen por visionaria, condenan su gusto por la oración, prohiben a la hermana y a la superiora hacer caso de esas maravillas y dan la orden de obligarla a comer sopa.

La heroica religiosa se somete a la obediencia, mas persevera en su deseo de cumplir lo que con toda certeza considera designios de Dios. Esta es la gran cruz interior de su vida. Cuando parece que humanamente no podia resistir más, Jesucristo le anuncia formalmente: "Yo te enviaré a mi siervo. Descúbrete a él por completo y él te dirigirá según mis designios".

Este escoqido del divino Corazón era un padre jesuita, el Beato Claudio de la Colombiere, que llegó a Paray-leMonial el, año 1675, como superior de la residencia que allí tenía la Compañía de Jesús. Poco después visitó el monasterio de las Salesas para dar ejercicios espirituales. Confortó a la confidente del Sagrado Corazan y reanimó su confianza, después de oírla bondadosamente.

Así llegó la gran revelación del Corazón de Jesús a su mensajera. Mientras ella adoraba al Santísimo Sacramento en uno de los dias de la infraoctava del Corpus (junio de 1675), Nuestro Señor se le apareció mostrándole su divino Corazón y le dijo:

"Mira este Corazón que tanto ha amado a los hombres y que nada ha perdonado hasta consumirse y agotarse para demostrarles su amor; y, en cambio, no recibe de la mayoría más que ingratitudes, por sus irreverencias, sacrilegios y desacatos en este sacramento de amor. Pero lo que me es todavía más sensible es que obren así hasta los corazones que de manera especial se han consagrado a Mí. Por esto te pido que el primer viernes después de la octava del Corpus se celebre una fiesta particular para horrar mi Corazón, comulgando en dicho día y reparando las ofensas que he recibido en el augusto sacramento del altar. Te prometo que mi Corazón derramará en abundancia las bendiciones de su divino amor sobre cuantos le tributen este homenaje y trabajen en propagar aquella práctica".

Santa Margarita María entiende bien el mensaje que debe transmitir a toda la Iglesia de parte de su divino Salvador.

"Entonces yo ­cuenta la misma Santa en la carta 103­ postrándome en tierra, le dije con Santo Tomás: "¡Señor mío y Dios mio!" Era la profunda humildad que aceptaba sin condiciones los planes divinos; era la generosidad heroica que se entregaba a realizarlos.

En lo exterior aparecía la hermana Margarita Maria como una religiosa inteligente, flexible, buena para todo y apta para desempeñar cualquier cargo que se le confiara. Fue sucesivamente enfermera, profesora del grupo de alumnas procedentes de familias distinguidas que vivían en el convento, maestra de novicias, otra vez enfermera, por segunda vez con las pensionistas, asistente de la comunidad y propuesta para superiora.

Mas presintiendo todas las actividades de esta vida exterior, animada siempre por su ardentisima caridad hacia el Corazón de Jesucristo, triunfa por todas partes su incontenible deseo de darlo a conocer y hacerlo amar. Es abrumadora la actividad apostólica que revelan sus escritos, especialmente sus cartas, abundantes y algunas larguísimas. En ellas. Io mismo atiende a las pequeñas propagandas de estampas y cuadritos del Corazón de Jesús que procura se conceda la misa propia del Sagrado Corazón; Io mismo escribe al capellán de Luis XIV para que éste le consagre su persona y su palacio, que comunica los ardores de su devoción con varios sacerdotes jesuitas: lo mismo repite cómo se siente apremiada a promover el reinado de su único amor que anuncia increíbles gracias de salvación y santificación a los que se entreguen a Él; lo mismo refiere los favores y carismas celestiales con que la regala el Hijo de Dios, nunca oídos hasta ahora, que expone el sincerísirno convencimiento de su propia nulidad o su anhelo insaciable de sufrir por imitar a Jesús.

El mensaje de Margarita suscitó explosiones de entusiasmo, efluvios de santidad, y al mismo tiempo tempestades de contradicción, ataques enconados.

Lo mismo que el mensaje de Jesús en el Evangelio, del que era copia fiel y renovación viviente.

El libro Augustinus habia sido solemnemente condenado el 31 de mayo de 1653. Poco antes de morir su autor habia declarado: "Me someto a lo que ordena la Santa Iglesia, en la que he vivido hasta mi última hora". Pero la muerte impidió a Jansenio retractar los errores contenidos en el libro, y espantarse ante los daños que causaban sus afirmaciones y las de sus fanáticos discípulos.

El Dios de los jansenistas es un Dios que no ha amado tanto a los hombres como para morir por todos: un Dios que contempla impasible cómo la voluntad del hombre obra irresistiblemente el bien o el mal; un Dios alejado, un Dios juez más que un Dios padre. ¡Qué distinto del Dios que Santa Margarita ha visto en la Hostia Santa, con un corazón incontenible de bondad y de amor para todos: un Dios tan cercano a los hambres que pide amor, frecuencia de comuniones, entrega personal! Y pide consuelo en su agonía de Getsemani.

Jesús, no sólo en cuanto Dios, sino también en cuanto hombre por medio de su ciencia infusa, preveia durante su vida mortal todos los pecados de los hombres, todas sus tragedias, todas las sentencias de eterna condenación... Y esto le hacía sudar sangre por la fuerza de la pena interior, ya que amaba tanto a esos mismos hombres que iba a morir por ellos. Pero preveia también las obras buenas, las horas santas. Ias comuniones, las obediencias, los sacrificios voluntarios de sus amigos, y esto le hacia sentirse acompañado, le consolaba. Nuestros pecados de hoy le hicieron sufrir entonces; nuestras buenas obras de hoy le consolaron entonces. Participar en las penas y alegrías de un amigo es el gran recurso que fomenta la verdadera amistad. Por eso los consagrados al Corazón de Jesús desarrollan toda su vida espiritual ­y tal vez sin darse cuenta, que es lo más bello­ en ese ambiente santificador de la familiar amistad con Jesús.

Mas !a consideración de Dios ofendido por los pecados suscitaba también en Santa Margarita una reacción menos sentimental si se quiere, pero más torturante y más purificadora: más espiritual y más difícil de comprender: un dolor insufrible por las ofensas de Dios y la perdición de los hombres con un anhelo nobilísimo de tributar gloria a Dios, en compensación de la deshonra que tiende a infligirle el pecador, y de salvar a los hermanos.

Este anhelo explica el heroísmo que alcanzó Santa Margarita Maria en orar, en trabajar, en obedecer, y, compendio de todo, en sufrir por amor. Se consagra al Corazón de Jesús en una entrega absoluta de todo, exceptuando la voluntad "de estar por siempre unida a este divino Corazón y amarle puramente por amor de Él. Graba sobre su propio corazón con un cortaplumas el nombre sacrosanto de Jesús. Hace el voto de inmolarse perfectamente al Sagrado Corazón de Jesucristo, escribiendo una fórmula de 19 puntos, cuya sola lectura aterra a la pobre naturaleza humana.

Sufre con dulce paciencia la marcha a Inglaterra de su director espiritual, el Beato Claudio de la Colombiere, y, cuando regresa, le anuncia con perfecta sumisión: ''Él me ha dicho que quiere aquí el sacrificio de vuestra vida". Acepta el martirio de pedir a la comunidad, de parte de su divino Maestro, que se corrija de algunas faltas. Y vive muriendo en deseos de hacerse pedazos para glorificar a Dios y salvar a los hombres, contrarrestando la obra destructora del pecado.

Jesucristo Nuestro Señor tributó a Dios la suma gloria, al mismo tiempo que redimía y salvaba a los hombres. Pero sólo en la cruz, como víctima divina, consumó su obra. También Margarita María será víctima, Esta es su vocación especial.

La devoción al Corazón de Jesús es para todos: mas cada uno la practicará según los dones de gracia y naturaleza que Dios le haya comunicado. Santa Margarita ha sido lIamada para ser víctima al mismo tiempo que mensajera. Por eso lo acepta todo, se inmola en todo, con tal de glorificar a su rey y pasar ella completamente inadvertida, "gozándose en su inutilidad".

Precisamente de esta inutilidad se sirvió Nuestro Señor Jesucristo para demostrar al mundo que el establecimiento de la devoción a su Corazón Sagrado no se funda en cualidades humanas, sino, en la Providencia divina.

Salida de Paray-le-Monial, se extiende primero por las comunidades salesas de Dijon, Moulins y Seamur; llega en' seguido a Lyon y Marsella; salta hasta Inglaterra, avivando los gérmenes allí sembrados por el Beato Claudio. Una circular de la superiora de Dijon lleva la buena nueva a ciento cuarenta y tres monasterios de la Visitación. El fuego divino va conquistando Francia, Saboya, Italia, Bolonia, Borgoña, Canadá... Varios obispos permiten en sus diócesis la misa propia. Circulan algunos libros y miles de estampas. Aquellas recatadas confidencias del Divino Corazón a Margarita María, y de ésta a su director, han salvado las distancias y resuenan en muchos oídos cristianos. La primera fiesta del Corazón de Jesús (21 de junio de 1075, viernes siguiente a la infraoctava del Corpus), en la que se consagraron fervorosamente al Divino Corazón Santa Margarita y el Beato Claudio, empieza a repetirse a lo largo de los años siguientes. El primer cuadro del Corazón de Jesús, dibujado a tinta en un papel por Santa Margarita María para la fiesta de 1685, es la semilla de miles de cuadros, a los que seguirán miles de estatuas, monumentos, templos...

Las contradicciones habían sido fuertes, sobre todo de los jansenistas; mas también de buenos católicos recelosos ante cualquier devoción nueva. Pero Jesucristo cumple la promesa que hiciera a su santa confidente: "Reinaré a pesar de mis enemigos".

Las ansías de este reinado consumen la vida mortal de la fidelísima mensajera.

En junio de 1690 la nueva superiora le prohibe la Hora Santa y todas sus austeridades. Margarita María se somete dulcemente como siempre; pero dice: 'Ya no viviré mucho, porque ya no sufro".

El 2 de julio, fiesta de la Visitación, comienza un retiro interior que ha de durar cuarenta días, porque quiere "estar preparada para comparecer ante la santidad de Dios". El 8 de octubre se siente acometida por una fiebre que la obliga a guardar cama, aunque el médico no le da importancia especial. Ya había confesado otras veces que para las enfermedades de Margarita, ocasionadas por la fuerza del divino amor, no encontraba ramedio.

Pasan pocos días. Una de las hermanas conoce que Margarita María sufre extraordinariamente y muestra deseos de aliviarla.

"Muchas gracias ­responde la santa enferma­; pero son muy cortos los instantes de vida que me restan para desperdiciarlos. Sufro mucho; mas no lo bastante para satisfacer mis ansias de padecer."

Pasan dos días más. Pide a su superiora el Viático; mas no se lo conceden, por creer todos que no se trata de enfermedad grave. Margarita María no insiste; pero el 16 por la manana, estando aún en ayunas, manifiesta deseos de comulgar y hace intención de recibir a Jesús como viático para el gran viaje. Al atardecer empeora, y deciden velarla por la noche. Así hubo testigos de las jaculatorias, oraciones y coloquios que le inspiraban su impaciente deseo por abismarse en el Corazón de Jesucristo.

Persevera hasta el fin en su función de victima. A la mañana siguiente parece sentir por unos instantes el peso abrumador de la santidad de justicia, ofendida por los pe cados. Es un pavor de Getsemani: ¿Me salvaré, me condenaré? Las miradas a Jesús crucificado, el clamor: ¡Misericordia, Dios mío!, la confianza en los méritos del Corazón de Jesús le devuelven la paz.

Y horas después, rodeada de la comunidad, mientras el capellán le administra la santa unción, pronuncia en un supremo esfuerzo de amor el nombre de Jesús, y en ella se cumple lo que tantas veces había repetido: ¡Qué dulce es morir, después de haber tenido una tierna y constante devoción al Corazón de Aquel que nos ha de juzgar!

Era el 17 de octubre de 1690. Pronto corrió por la pequeña ciudad, con inmensa conmoción y edificación de todos, la noticia de que habia muerto la Santa.

Fue canonizada por Benedicto XV el 13 de mayo de 1920.

Este Papa, en la bula de canonización, consigna la promesa de la perseverancia final hecha por el Corazón de Jesús a Santa Margarita en favor de los que comulguen nueve primeros viernes de mes seguidos. León XIII consagra todo el género humano al Corazón de Jesús. Pio XI reproduce en la encíclica Miserentissimus la doctrina de Santa Margarita acerca de la reparación y de la consagración personal. Pío Xll, en la Haurietis aquas, vuelve a presentarla como confidente del Divino Redentor para divulgar la devoción a su Corazón Sagrado.

No hay santo cuyas revelaciones privadas hayan ejercido en toda la Iglesia influencia tan profunda y tan bienhechora como las de Santa Margarita Maria de Alacoque.

JOSÉ JULIO MARTÍNEZ, S. I


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