TODOS LOS SANTOS

martes, 23 de marzo de 2010

SANTO TORIBIO DE MOGROVEJO 1538-1606

Nunca se ponderará bastante la influencia del Evangelio en el "nacimiento" de América. Por eso, más que hablar de descubrimiento o conquista, nos gusta hablar de la evangelización de América. Pronto celebraremos el V centenario. Porque, junto a los capitanes y aventureros, iban siempre los evangelizadores, junto al héroe de la espada, el héroe de la cruz. Junto a Pizarro, fundador de Lima, Toribio de Mogrovejo, segundo arzobispo de Lima.
Santo Toribio había nacido en Mayorga, en el antiguo reino de León, de hidalga familia. Estudió en Valladolid, Salamanca y Coimbra, fue profesor en esta última universidad y se graduó en ambos derechos en Salamanca.
En 1575 se le nombró para un cargo muy delicado, el de presidente de la Inquisición granadina. Este título terrible, de tan amargos recuerdos, se convierte en sus manos en instrumento de amor, de piedad, de salvación.
Don Juan de Austria acababa de sofocar la insurrección de los moriscos. Los vencidos encuentran en el inquisidor un padre y protector, demasiado suave, según algunos, que le tratan de encubridor y protector de la herejía. Las mismas acusaciones verterán contra él después en América. También allí será el protector de los indios, de todos los desvalidos.
Su prestigio llega a tanto, que todavía seglar, es considerado como la persona más apta para ser arzobispo de Lima, caso de aceptar el servicio a la lglesia en el sacerdocio ministerial. Vencidas dudas e ilusiones durante un trimestre, lo acepta como una misión, en agosto de 1578. Va recibiendo, una a una, las órdenes menores y el subdiaconado. En marzo de 1579, le llega el nombramiento consistorial. Se ordena de diácono y de sacerdote. Visita su pueblo natal. En agosto de 1580 es consagrado obispo en Sevilla; y marcha a aquella misión, que le han propuesto, y ha aceptado.
La esperanza del martirio le ayudó a decidirse. No derramó su sangre de una vez, pero lo hizo gota a gota, como el más grande de los misioneros americanos. Fue un gran misionero y un gran prelado. Según Justo Pérez de Urbel, resumió en su persona los rasgos de Carlos Borromeo y de Francisco Javier.
Se puso a cumplir sin tardanza las tareas que Trento trazó para los obispos: sínodos, misiones, erección de parroquias, reforma del clero, corrección de costumbres. Ataja las violencias, lanza severos castigos contra los culpables, y él, que era todo bondad, no duda en prodigar lo que se llamaba "el ladrillo de Roma", la excomunión, contra todo el que maltrataba a los indios, contra todo el que faltaba a su sagrada misión pastoral.
Recorre una y otra vez el Perú, aprende varias lenguas indígenas para poder predicar en ellas, reúne trece sínodos diocesanos, publica un catecismo, funda el primer seminario de América, se enfrenta con los privilegios abusivos de las grandes órdenes religiosas y con el absolutismo del virreinato.
Dice Gheorghiu que el sacerdote tiene que tener "piernas de cabaIlo". Toribio las necesitaba. Su archidiócesis era tan grande como un reino. Distancias inmensas, montañas altísimas, pueblos perdidos en los Andes, ríos desconocidos... No importaba. Además de convocar en cuatro lustros quince sínodos y de reunir cuatro veces a los obispos de América meridional, el intrépido misionero, en dieciséis años, recorrió cuarenta mil kilómetros, llegó a la última aldea, sin caminos y con graves peligros.
Entraba en los míseros bohíos. Impresionaba a los indios su talla majestuosa y su noble ademán. Pero sobre todo se los atraía con su bondad. Les hablaba en quechua de Jesucristo, les agrupaba en torno a una iglesia y luego volvía para administrarles la Confirmación. Son incontables los que confirmó, entre ellos una niña que luego sería Santa Rosa de Lima.
Las correrías y peripecias de Toribio nos recuerdan las de San Pablo. Rodar por las rocas, perderse en los bosques, caer en los ríos, hundirse en los ventisqueros y en las lagunas. Más peligros había aún en los indios, tan tornadizos. Tuvo que sufrir injurias y rebeldías. Veinte veces pasó sereno entre el silbo de las flechas envenenadas. Pero nada le detenía. Si podía salvar un alma, iba hacia ella, aun con peligro claro de muerte.
El operario infatigable ya podía descansar. La muerte le sorprende, el Jueves Santo de 1606, en el curso de uno de sus numerosos viajes, en Saña Grande, donde se hace cantar por un misionero, al son de un arpa, el salmo "In te, Domine speravi".
Santoral preparado por la Parroquia de la Sagrada Familia de Vigo.

miércoles, 17 de marzo de 2010

SAN PATRICIO 385-461


San Patricio es el apóstol de Irlanda. En cualquier punto del universo en que se instalen comunidades irlandesas - desde los Estados Unidos de América a Australia - llevan consigo el culto de San Patricio.
No era irlandés de origen y debió de nacer de padres cristianos en la costa noroeste de la Inglaterra romanizada hacia el 385, pero hacia los dieciséis años cayó en manos de unos piratas y vivió como esclavo en Irlanda, posiblemente haciendo de pastor hasta que una noche huye y se embarca hacia Francia.
Se hace religioso y se forma junto a los obispos San Amador y San Germán de Auxerre. Convive la soledad de los monjes, en la isla de Lerins; y el apostolado de la lglesia, junto a San Juan de Letrán. en Roma.
Es ordenado sacerdote, y el papa Celestino I, después de ser consagrado obispo, le encarga la evangelización de Irlanda. Llega a Inglaterra con San Gregorio y parte para Irlanda. En sus sueños, creía ver a los hijos de los paganos irlandeses extendiendo a él sus brazos y diciendo con voz angustiosa: "Ven a nosotros, discípulo de Cristo, a traernos la salvación".
De regreso a Irlanda como obispo misionero decidido a consagrar su vida a la evangelización de la isla, toda vez que la fe cristiana aún no había penetrado en las distintas tribus del país. Se empleó con ardor en dar a conocer a Cristo, adaptándose a las condiciones sociales y políticas de los celtas. Puso en ello, sobre todo la fe de un hombre cuya oración constante y cuyas austeridades llamaron la atención del pueblo.
Por eso es el apóstol nacional, Hibernorum Apostolus, el santo que triunfa sobre las artes mágicas de los druidas, expulsa de Irlanda las serpientes venenosas, símbolo del paganismo, y establece su sede episcopal en Armagh.
Desde entonces su nombre será sinónimo de irlandés y se le dedicará no sólo la catedral (hoy protestante) de Dublín, sino también - por la gran afluencia de emigrantes de la isla - la catedral católica de Nueva York.
Así como en España Santiago es un apóstol belicoso, en Irlanda san Patricio es un misionero que tiene poder en el ultramundo, y se supone que volverá el día del Juicio Final para juzgar al lado de Jesucristo a los irlandeses. Se le invoca también para abreviar las penas del Purgatorio, y leyendas posteriores explotaron literariamente ese aspecto misterioso y poético tan del gusto de la tradición celta.
Enseña la oración a través de fórmulas prácticas, como la que se llamará "coraza de San Patricio". «Cristo escúdame este día: Cristo esté conmigo, Cristo ante mí, Cristo tras de mí, Cristo en mí, Cristo bajo mí», la oración dice luego: «Cristo en la calma y en el peligro, Cristo en los corazones de todos los que me aman, Cristo en la boca de amigo y extraño.»
Su fiesta, que anuncia la inminente llegada de la primavera, es el día del trébol, emblema de la verde Erín, que el santo utilizaba para explicar el misterio de la Santísima Trinidad. Patricio, tan irlandés y tan romano por su nombre, es como la iglesia de Irlanda, inconfundible, peculiarísima y siempre fiel a Roma.
Su popularidad taumatúrgica es inmensa. Su oración y penitencia ejemplares.
Pasados 9 años, visita al Papa San León Magno, que bendice su obra y le agrega misioneros.
Y regresa de nuevo hasta su muerte a aquella su misión que será por siglos la isla de San Patricio.
A su muerte (hacia el año 461), acaecida en Down (Ulster), la Iglesia estaba ya sólidamente implantada en Irlanda, brillaba ya en ella una llama apostólica y la verde Eire se aprestaba a convertirse en la Isla de los santos.
Santoral preparado por la Parroquia de la Sagrada Familia de Vigo.

sábado, 13 de marzo de 2010

SANTA MATILDE 895-968


Reina y matrona, hija de los condes Teodorico y Reinhilda, nació en la Westfalia y se educó en el monasterio de Herford, del que salió en el año 909 para contraer matrimonio con el duque de Sajonia, Enrique "el Pajarero", tan buen cristiano como buen cazador. Según los cronistas, fue de una belleza deslumbrante.
Ella fue su mejor guía y consejero.
En sus victorias, Matilde ponía el contrapeso de su dulzura y moderación; en sus pesares, ella le daba ánimos para seguir adelante. La joven princesa perfumaba toda la corte con sus virtudes y su dulzura inefable. Dedicaba mucho tiempo a la oración y su mayor consuelo era socorrer a los pobres, que la llamaban madre.
Serán sus hijos: Otón el Grande, emperador de Alemania; Enrique, duque de Baviera; Bruno, arzobispo de Colonia; Gerberga, esposa de Luis de Outremer; y Eduvigis, la madre de Hugo Capeto.
Matilde y Enrique eran un solo corazón. "En ambos, dice el biógrafo, reinaba el mismo amor a Cristo, una misma unión para el bien, una voluntad igual para la virtud, la misma compasión para los súbditos y el mismo afecto entrañable para todos. Los dos merecieron las alabanzas del pueblo".
Diez años después del matrimonio Enrique se convertía en rey de Germania.
Matilde influyó en suavizar el violento talante del monarca ("Tú mitigaste mis cóleras y me apartaste a menudo de la iniquidad", le dijo en el lecho de muerte) y en inclinarle a hacer limosna a los necesitados.
Pero el período más largo de su vida fue el de sus treinta y cinco años de viudez, durante los cuales no le faltaron humillaciones y enfrentamientos con dos de sus cinco hijos, el que fue emperador con el nombre de Otón I y Enrique.
Retirada al monasterio de san Gervasio de Quedlinburg que había fundado, murió “llena de días y de honores”, “colmada de buenas obras, penitencias, oraciones, profecías, limosnas e infinitas virtudes”. Era el 14 de marzo del año del Señor 968, Sábado de Gloria. Dispuso que se la sepultase al lado de su esposo.

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